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LA CIUDAD EN MOVIMIENTO
miércoles, junio 23, 2004:
El borde... no hay ninguna manera honesta de
explicarlo porque la única gente que realmente sabe
donde está es la que ya se ha ido. Los otros – los
vivos-- son los que empujan su control tan lejos como
sienten que pueden manejarlo, y entonces se
arrepienten o bajan la velocidad, o dicen que hicieron
lo que tuvieron que hacer cuando vino la hora de
elegir entre hoy y después.
From the book "Hell's Angels" by Hunter S. Thompson
Déjenme contar algo: la primera vez que escuche hablar de la Mara salvatrucha fue el programa Ocurrió Así que conducía Enrique Gratas en Telemundo buten time ago. Ok, pandilleros latinos en USA. No big deal. Batos locos livin´ la vida idem. Otra banda más. Next. Hace poco, cuestión de meses, se escribió mucho en la prensa local sobre los pandilleros de la Calle 18 que invaden sin control alguno a Tijuana y que supuestamente pelean a otras bandas el territorio por la venta de drogas. Ninguna novedad, tenemos años viéndolos recorrer la Avenida Revolución. Su ropa, su andar característico, la eterna ansia por desatar una
violencia sin sentido, sus enormes tatuajes —que ellos muestran sin ningún miedo o pudor— los delatan. Sin embargo, todavía están suscriptos a ciertas zonas, a ciertos bares, a ciertos momentos por lo que la mayoría de la gente no se da cuenta de su presencia en la city.
Hace un par de semanas, en un bar Turístico, me presentaron a un joven investigador del COLEF y en la plática, bajo un ruido intenso de música y gritos cerveceros, comentó que estaba haciendo un trabajo sobre la marasalvatrucha, que ya había tenido contacto con algunos de sus miembros y etc. No sé porque me quedo la idea de que el tipo era el que había escrito el libro ese que se comentaba en la prensa. La Mara.
Luego, sintonizando radio3 por internet, escuche en el magazine cultural La ciudad invisible la plática entre la presentadora Marta Echevarría y el autor. A ver, un momento. El joven que conocí en aquel bar turístico estaba en sus veinte terminales y la voz que escuchaba por la radio correspondía a la de un hombre mayor.
Umm, son dos personas distintas y dos trabajos diferentes. Ok, el que habló con entusiasmo de su novela es Rafael Ramírez Heredia. Un escritor que nació en Tampico, Tamaulipas (México). Ha sido Profesor de Literatura Española y maestro en Historia de México, que ha impartido numerosos talleres literarios. Autor de novelas, también ha abordado otros géneros literarios como la dramaturgia y el cuento, y periodísticos, como la crónica y el reportaje. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y merecido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Teatro en 1976, el Premio Nacional de Cuento en 1983, el Premio Juan Rulfo en 1984 y el Premio Nacional de Literatura en México. Ha publicado entre otros libros Con M de Marilyn (1977) , El Rayo Macoy y Del trópico (2001).
Si bien Hunter S. Thompson en su libro seminal sobre los Angeles del Infierno discute sus puntos de vista conflictivos, la sociedad, la prensa y autoridades en los mid-sixties, hay que recalcar que estos moteros tenían bien ganada su fama de bad boys al paralizar y atemorizar pueblos enteros. Si eso ocurrió en Estados Unidos, en el México de finales de los setenta surgía otra clica urbana que llenaría páginas policíacas y que quedaría inscrita el inconsciente colectivo: los Panchitos, que nacieron como un grupo de protesta en contra de una sociedad que los golpeaba y que terminó por creer que cualquier acción delictiva que se cometía en la ciudad podía ser atribuida a Los Panchitos. Y ellos, así lo declararon en su tiempo, no buscaban quién se las hizo, sino quién se la pagara.
La vida es dura es cualquier sitio. Lo es aquí en Tijuana y lo es allá, en Tecún Uman, la tijuanita sureña donde sitúa Ramírez Heredia a «La Mara», su novela más reciente. Un intercruce de historias y desgracias ligadas por el río Suchiate, por el sueño americano, la corrupción que viaja en tren por ambos lados de la frontera guatemalteca-mexicana, por los tatuados y sus víctimas, por la esperanza y el dolor de los que nunca terminan por irse o llegar.
En ese devenir, uno puede escudriñar la miseria de una sociedad yendose al carajo, sentir el miedo por el otro y palpar las mínimas oportunidades entre bailaderos que sirven amareto con agua mineral, observar de lejecitos la desesperación contenida en miserables cuartos de hoteles y jugar con los miles de inmigrantes a la ruleta rusa de los retenes rumbo a un norte que no se sabe, divina ignorancia, donde inicia.
Conforme va leyendo uno puede ver claramente sentada en un camión a la panameña con papeles falsos, algo nerviosa, sintiendo ya los aplausos que le esperan en las fiestas de rompe y rasga del lado mexicano; uno puede sentirse en la gestación de un trato sucio que llevará armas de un lado a otro con la santa bendición de la omnipresente guardia gringa; uno puede descubrirse rezando indignado por la adolescente asesinada y convertida en objeto de culto rabioso. Sí, uno puede imaginarse en Tecún Uman, justo ahí donde la vida, trastocando a José Alfredo Jiménez, sin visa no vale nada.
La novela está llena de palabras que a muchos sonarán exóticas pero que esconden tras su agradable sonoridad un dejo del innegable racismo que opera en toda Latinoamérica: cachucos, chapines, catrachos o guanacos son los epítetos para todos esos y los que faltan que corren como cucarachas de sus países en guerra, empobrecidos, desesperanzados en una realidad que se destruye y construye por medio de la literatura. Por eso, creo, que en la novela abundan los personajes que entran a la historia con la intención de darle un giro a la vida y nunca regresan. Asaltados, golpeados hasta la saciedad, violados, con el cuerpo incompleto son puestos en libertad para que cuenten la historia que los otros, esos hijos infames y tatuados de un liberalismo ecónomico, quieren que se sepa.
Y lo sabemos porque Ramírez Heredia nos lo cuenta a través del misticismo de barriada de Ximenus, los pensamientos recriminatorios de tata Añorve y sobre todo, por el lenguaje salvaje, americanizado y minimal de los maras que son definidos por Heredia, en la voz de Añorve, como unos chacales paridos de la oscuridad, canallas tatuados, llenos de odio encanijado, degenerados y ligados cruelmente a todo lo que sucede en las casi cuatrocientas hojas de la novela. En ella también intervienen un cúmulo de personajes secundarios como las putas adolescentes que conforman una nueva división de la alegría, esa red sostenida por coyotes, balseros, tranzas que buscan los extras a como de lugar, migras corruptos que adivinan como provistos de un humor malsano de que país huye el ilegal con solo olerlo.
Bajo ese clima de alta marginación, de pobreza extrema y el tráfico de todo tipo el sonido viene a ser otra línea conductora en la historia: del registro nostálgico de los boleros de Alcaraz, la música tecno que incita a descubrir otras posibilidades bajo los influjos de unas líneas de coca, los chifliditos o el regué burlón de los maras o el silencio de los que van trepados en un tren del que no saben si bajaran vivos. Sí, todo suena y se queda en la mente como la guaracha que persigue a Don Nico, el ex cónsul mexicano que sabe -nosotros lo sabemos- que hay cosas que no tienen remedio y que no se va luchar contra lo que es imposible de detener.
En un sitio de internet se puede leer un único mensaje: rifando y controlando now and forever, ese!
¿Quién es el puto bato loco que lo duda? A como están las cosas, nadie. Ni allá en la tijuanita del sur ni acá en la Tijuana enorme que, como apunta Ramírez Heredia en su libro, se traga a los que no saben, a los que se les hace tarde la vida y a los que no entienden que el norte no existe porque el norte está donde todo es sur.
-rs, junio 2004
La Mara
Rafael Ramírez Heredia
Alfaguara, 2004
rafa //
miércoles, junio 23, 2004
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