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LA CIUDAD EN MOVIMIENTO
jueves, junio 24, 2004:
"Los recuerdos son una mierda", digo para intentar poner un poco de orden en el party que se desborda. Joni habla de nuevos discos y white labels de importación; Sara, de la última golpiza que le propino una date al vapor; Miki, de sueños pachecos; Silvania, de libros y referencias liberales que se discutieron ayer en la radio pública. Al mismo tiempo, Paul —que esta noche sólo ha bebido té— reescribe en su laptop un texto que quiere postear antes de que amanezca. Las botellas vacías de whiskie, tequila y cerveza se acumulan, las risas son nuestro contacto directo, la droga una simple interface, la música el ecos de himnos generacionales. Ni modo, otro viaje al baño, otra línea que marcar, otros amici por recibir justo cuando vemos en la plasma tv un acercamiento, amplificado por nuestro estupor, de amputee sex. Fucking hardcore.
Nuestra vida era así, cotidiana y aburrida. Sí, aburrida como la de casi todos. Teníamos una casa, un trabajo por cumplir, un sueldo que cubría necesidades, gustos y vicios, familias de jabón cuyos sueños de esplendor nunca terminaban por cumplirse. Teníamos mascotas aflamencadas y callejeras, suscripciones a revistas de arte y años de acceso al infoteinment digital. Una computadora con tecnología de punta, la colección de discos imprescindibles y una ánfora repleta de anfetas y spliffs. En la pared teníamos colgadas grandes fotografías de nosotros mismos, reflejo de los años sucios, el periodo kawaii y el eterno feeling ligeramente kinky dispuestas entre carteles de artistas que adoramos alguna vez. Teníamos una cartera llena de tickets de conciertos a los que asistimos juntos, comic bizarros tirados por toda la sala. Una lista de amigos/dealers a quien hablar en caso de emergencia, una mascota electrónica que nunca se muere, unos vecinos comprensivos ante nuestros continuos arranques de euforia. Pendejadas así.
Teníamos todo eso y algo más.
Domingos felices, ataques de pánico.
Una cuenta en el banco, play stations.
Sí, pero nuestra vida era cotidiana y aburrida.
Por eso decidimos cambiar de nombre, desatar un poco la angustia de los úlimos días, no repetir referencias y códigos é(ste)ticos y brindar por última vez por todas las fiestas futuras. Abandonar por un instante el mundo de sensaciones, las calles de la city, el deseo de volver a casa al punto de las siete de la mañana, nuestra pobre lobotomía adolescéntrica o ese club de rompecabezas y jodetodo. Y sí, por supuesto, nuestras botas rojas.
Ese era el momento crucial para decidir ser algo más que propiedad intelectual, un juguete favorito, el sabor del mes o esa dicha de aprender a rodar que tiene la gente de mediana edad. Obsesionados con los juegos de poder, la violencia citadina, los engranes mass-mediáticos, la comunicación interactiva que pregona ir a donde nosotros estamos, todo lo demás. Septiembre no estaba lejos, por eso salimos huyendo: nuestro botin era la vida, ilusiones sin plataforma restringida, libres de los 500 canales prometidos, una época de goles estereofónicos.
A partir de esa decisió, estuvimos ocupados cometiendo nuevos errores para preocuparnos algo por los anteriores. Volando, con un poco de estabilidad y orden, con nuestro egoísmo en OFF. Nuestra casa era el punto de encuentro, una ONG para personas que no deseaban encontrarse, nuestro tripis nos hacían subir el volumen para escuchar melodías con rayos equis. Sin ganas de aburrirnos de nuevo, solicitabamos oir otras voces, un top ten de religiones y un informe detallado del armamento usado en la última guerra, listado de bajas, un resumen de las últimas noticias, la voluntad de los estridentistas. Life is rara.
Always, siempre, sempre.
rafa //
jueves, junio 24, 2004
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